Wall Street 10.11.25
Se estima una posible corrección del 10 % en los precios de las acciones

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¿Es tiempo de arriar velas en Wall Street después de disfrutar un avance espectacular desde abril? ¿Conviene desensillar, tomar ganancias y buscar reparo? El índice S&P 500 escaló 14,4% en el año y el Nasdaq, 19,1%. La FED alentó la última pierna alcista tras el guiño de Jerome Powell en Jackson Hole. En septiembre retomó la baja de tasas y repitió en octubre. Pero el recorte previsto para diciembre está en discusión, según avisó el mismo Powell. Los halcones levantaron su voz en contra dada la inflación al 3%. Las tasas largas, la obsesión del secretario del Tesoro Bessent, desistieron de hundirse por debajo de 4% tras escuchar la advertencia. Y merodean 4,15% a diez años. Cesó, pues, su viento de cola y hay quienes temen que el ascenso prosiga. Si la Corte Suprema voltea los aranceles “recíprocos” de Trump así será hasta que la Casa Blanca instrumente una solución alternativa. ¿Es hora de buscar refugio? Otros rallies paralelos, más soberbios todavía como los de criptomonedas y metales preciosos, ya vieron sus barbas cortar con brusquedad. La Bolsa, en ese sentido, es el último mohicano que todavía presenta batalla y no cede terreno.
Las criptomonedas fueron las primeras en tropezar. Bitcoin cayó más de 20% desde sus máximos de principios de octubre. Ether se zambulló más de 35%. Sería un mercado bear liso y llano de monedas digitales, si no se tratase de activos asociados a volatilidades excepcionales. Así y todo, Ether, en lo que va de 2025, subió 1,6%. La fiebre del oro también se tomó una ducha fría. En octubre, el fervor de la demanda privada empujó un récord de 4398 dólares la onza en el Nymex. Su posterior apatía, azuzada por la falsa alarma de un regreso de la guerra comercial con China, desencadenó una súbita corrección. El viernes cerró casi 9% por debajo de los máximos (y aun así retiene un avance superior a 50% en 2025). La historia se repite a grandes trazos con la plata, el platino y el paladio. El mercado alcista de los metales preciosos no se canceló, pero sí se descremó la espuma reciente. Y no hay ánimo (no todavía) para ensayar una contraofensiva.
Mientras tanto, la Bolsa permanece bajo presión, pero indemne. El sentimiento de los inversores oscila entre “temeroso” y “temeroso al extremo” desde octubre. Sin embargo, el pico del pesimismo – 46,1% – se detectó al 15 de octubre y mermó ya a 36,3%, todavía cinco puntos porcentuales por encima de la media histórica, según la Asociación Americana de Inversores Individuales. No obstante, la amenaza de una corrección sobrevuela tenaz. Advertencias genéricas se escuchan siempre, y después de un rally vibrante, muchas más. Jerome Powell y Andrew Bailey del Banco de Inglaterra se refirieron con acidez a las valuaciones generosas de la Bolsa. El FMI subrayó el riesgo de una corrección punzante. Los CEOs de Morgan Stanley y Goldman Sachs coincidieron en vaticinar un ajuste drástico de las cotizaciones. “De 10% a 15%”, dijo uno. “De 10% a 20%”, señaló el otro. Con las acciones en retroceso, el mensaje se hizo viral como si fuera un veredicto inminente. Pero, no lo es. ¿Para cuándo lo ven venir? “En los próximos 12 – 24 meses”. Más que un pronóstico, es una mera referencia estadística. La historia del S&P 500 enseña que, en promedio, cabe esperar una corrección así cada dos años. Nada nuevo, nada que se desconozca de antemano.
A las palabras se las lleva el viento, aunque puedan causar un cimbronazo. El presidente Donald Trump amenazó aplicar aranceles de 100% a Beijing a principios de octubre, y los mercados se agrietaron. Pero luego de ver las consecuencias del exabrupto, lo relativizó. “Todo va a andar bien con China”, dijo 24 horas más tarde. Y la semana pasada selló una tregua comercial de un año con Xi Jinping en Corea del Sur. El que se asustó en la Bolsa, y liquidó posiciones, hoy se lamenta. Por eso, de todos los miedos en danza, ninguno más fuerte que desmontar a destiempo y perderse la suba, que ha sido la tendencia de fondo y se sospecha que siga siéndolo. Los inversores prefieren mantener sus acciones en cartera y soportar estoicos la incertidumbre antes que gozar de la certeza que otorga el cash.
Las novedades de la semana fueron hechos concretos, no palabras. Un inversor de leyenda, Michael Burry, quién inspiró el protagonista de la película The Big Short, reveló que 80% de su portafolio se basa en dos apuestas en contra de Nvidia y Palantir, las dos estrellas en el firmamento de la inteligencia artificial (IA). Burry hizo una fortuna cuando anticipó la burbuja y la crisis hipotecaria de 2007-2009. Para repetir la saga debe ser muy preciso en tiempo y forma. ¿La IA es una burbuja? No alcanza con que lo sea, además tiene que pincharse. La corrección debe acechar a la vuelta de la esquina. Palantir presentó un gran balance, pero bajó 11% en la semana, la peor desde abril. Nvidia se hundió 7%. El Nasdaq, que las aloja, reculó 3%. Otros papeles que Burry no tocó directamente, como Oracle (-8,8%), cayeron igual. Y 820 mil millones de dólares de valor de mercado del sector de IA se evaporaron en el entrevero. Esto ya es una guerra declarada, no solo un intercambio de opiniones. Y se despliega muy agresiva contra reloj.
¿Qué mantiene a la Bolsa de pie – a tiro (2,4%) de sus máximos – cuando otros rallies más pujantes lamen sus heridas? Los balances. Su notable solidez. El “timing” de su difusión tampoco podía ser más apropiado. Las ganancias por acción del S&P 500 del tercer trimestre mejoran semana tras semana. Y proyectan un aumento interanual de 13,1% cuando se esperaba que fuese 7,9% a fin de septiembre. Ocho de cada diez compañías que ya publicaron sus números sorprendieron de forma positiva. A nadie escapa que esto es un severo examen de estrés. Balance que no luce impecable, cualquier duda que surja, acción cuyo precio pasa por la guillotina.
¿Qué voltearía a la Bolsa? Una recesión. Digámoslo así, si la salud de la economía se pone en dudas, una corrección de 10% sería el escenario más probable. Si la recesión se perfila con nitidez, la zancadilla trocará en una caída vertical, con destino directo de mercado bear. Se discute mucho la valuación de la Bolsa. Pero se discute, y no se le baja el pulgar, porque la economía no afloja, aunque su pujanza se bifurca (concentrándose en el gasto de aquellos con ingresos más elevados). El S&P 500 cotiza a 22,7 veces las ganancias esperadas para los próximos 12 meses. Es una relación altísima. El promedio de los últimos diez años es 18,6. Una recesión destruiría las ganancias y el múltiplo que se paga por ellas. Se llevaría consigo, a la vez, el pincel y la escalera. Que la FED demuestre tanto celo en preservar la salud del mercado de trabajo, cuando se sabe que la actividad económica tracciona bien (y que la inflación no convergerá pronto a la meta) es un reaseguro convincente. Baje o no la tasa en diciembre. Eso es secundario. Todo indica que el PBI creció el tercer trimestre a mayor velocidad que en la primera mitad del año: alrededor de 2,5%. La FED de Atlanta, en su pronóstico en tiempo real, arriesga 4%. De esa fortaleza se nutren los balances. Y el cuarto trimestre se inició con pie firme, según los informes PMI.
Lo que no mata, fortalece. Si “Big Short” Burry compra puts y su estocada no prospera, deberá recomprarlos. Con el “shutdown” – que ya es el más largo de la historia – el Gobierno continúa recaudando los impuestos, pero posterga el gasto. La liquidez del sector privado se drena por demás y se acumula en las cuentas de la Tesorería en la FED. El saldo allí que era de 400 mil millones de dólares en julio, creció 200 mil millones desde octubre y roza el billón de dólares. El final del shutdown, que no debería estar muy lejos, devolverá esa liquidez a modo de aluvión. La FED, por su parte, ya anunció el final de su política de reducción de bonos en cartera, el QT, que también quita lubricación. Lo hará a partir del 1 de diciembre. Y la semana pasada, John Williams, de la FED de Nueva York, avisó que el próximo paso, que no demorará demasiado, será retomar la compra de activos para asegurarse de que el sistema financiero opere en condiciones de fluidez y con reservas “amplias”.
Son cambios importantes. El QT se mantenía encendido desde 2022. La oferta de liquidez es un resorte que dejará por fin de comprimirse. Pero, además, le espera una expansión. Los bolsones recientes de iliquidez puntual – reflejados en la utilización de la ventanilla de pases por parte de la banca y la evolución de las tasas de los pases tripartitos por encima del corredor de fed funds – no son ajenos al contexto financiero de mayor pesadez. El “colchón” de liquidez excedente se agotó. Los pases pasivos del sistema con la FED disminuyeron de 2,2 billones de dólares en los inicios de 2022 a virtualmente cero desde octubre (cuando el “shutdown” prendió la aspiradora “extra” de recursos). Si la Bolsa se dobla, pero no se rompe, una inyección renovada de liquidez le permitirá, más temprano que tarde, aceitar un contraataque. La estacionalidad propicia de fin de año incita a los toros a resistir el chubasco y no entregarse. Por eso las agachadas han sido frecuentes, pero no les faltó compradores.
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